El silencio frío y hostil es insoportable y prácticamente venderíamos el alma para no tener que aguantarlo. Cualquier cosa nos parece mejor que el silencio. Cuanto más pedimos que nos expliquen lo que les pasa, más se contienen y repliegan, pues les aterroriza enfrentarse a nosotros y a su propia ira. Los castigadores callados se parapetan tras una fachada impenetrable y desvían hacia nosotras la responsabilidad de sus sentimientos. Cuando alguien nos castiga de esa forma, nos sentimos trastornados. Notamos que la cólera de los callados va en aumento y sabemos que somos su blanco.
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